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miércoles, 11 de abril de 2012

AL BOSQUE SE LO TRAGÓ EL DESIERTO (*)

               Esmith, el gringo que la minera trajo de europa, concluyó su exposición que trazaba la estrategia para neutralizar a ese pueblo de zarrapastrosos –así los llamaba- que pretendían el traslado del bosque kilómetros más afuera de la ciudad, lo que significaría mucha inversión que los accionistas y gerentazos querían evitar. Sonrió complacido y misterioso. Fue traído por su comprobada experiencia en varios países tercermundistas para “pacificar” y neutralizar a chusmas revoltosas. Para ello contaban con el apoyo político del gobierno y de los dueños del país, cuyo gobernante recientemente electo fue copado y coaptado por ellos. Como siempre, los presidentes, a su turno, estaban a su servicio. El gordito, el que acababa de salir del gobierno, fue el más ambicioso y servil, con varios muertos a cuestas. El país, aún no podía creer que el recientemente electo, en quien pusieron sus esperanzas, los había traicionado. En campaña electoral,  ante campesinos que defendían sus lagos y acuíferos cabeceras de cuenca, en comunidades, caseríos, calles y plazas, había prometido “primero el agua antes que el oro” y la multitud aclamaba delirante. Recientemente recibieron la puñalada artera: “El  agua y el oro”, decía ahora. Las lagunas y acuíferos cabeceras de cuenca estaban en peligro. La agricultura y ganadería amenazada ante la voracidad del oro.

La estrategia de Smith fue diseñada en dos meses de labor a tiempo completo, al frente de un estado mayor compuesto por los principales jerarcas de la empresa y otros funcionarios nativos, pacientemente fueron acumulando distinta información que después fue clasificada según su utilidad. Smith fue el mismo que el año 2000, diseñó y ejecutó con éxito la estrategia cuando las cosas se pusieron color de hormiga y hubo huelgas con tomas de carreteras. Tenía experiencia, por eso sabía que era vital para la empresa minera socavar la credibilidad de los conductores de la lucha y dividir al pueblo. Ahora ya se sabía que el acuífero sobre el que se asentaba el bosque en pleno desierto, había sido alterado, contaminado con metales pesados -“pluma de soluto” le llamaban-  por tantos años de irrigación con el agua contaminada que venía impulsada a presión desde el yacimiento de la sierra a través del mineroducto trayendo los minerales previamente chancados por inmensas máquinas. El pueblo, se encontraba asentado sobre otro acuífero vecino de cuyas aguas se surtían para el consumo humano, los animales y la agricultura, ahora en inminente peligro de contaminación por el altamente probable trasvase de las aguas contaminadas que podía producirse del acuífero alterado. La cosa era delicada. La minera confiaba en Smith, y éste en los operadores a sueldo y en los otros operadores, conscientes e inconscientes, y en los tontos útiles que servían a sus intereses, como aquel conocido e inescrupuloso sujeto especialista en pasquines difamatorios. Smith, fue contundente: urgía fomentar el caos, la división, la desunión. El pueblo tenía que estar inmerso en un caos social y enfrentados a como de lugar; esa era la consigna. La conformación de una organización paralela llamada Colectivo, promovida por el entorno palaciego, les dio en la yema del gusto.

La información acumulada y las labores de inteligencia indicaban que los gobernantes de la provincia no solo estaban involucrados en actos de corrupción, lo que mellaba su credibilidad, sino que además, su entorno estaba integrado por gente mediocre con ínfulas de experimentados y brillantes. Tal situación generó una activa oposición que trabajaba diligentemente su revocatoria; ese equipo lo integraban gente honesta y consciente que estaban harta de este gobierno, claro que también pretendían aprovecharse revanchistas y  politiqueros que querían llevar agua para su molino. Smith, sabía que todo este panorama era propicio para los intereses que patrocinaba. El gobernante local pregonaba la unidad, pero lo que escribía con la mano lo borraba con el codo. Hace pocos días había promovido un paro contra la minera que fue un rotundo fracaso pero que sus corifeos se esforzaban en anunciar a los cuatro vientos como exitoso cuestión que nadie en el pueblo creía. Cómo creer cuando sus ojos y sentidos veían y sentían lo contrario. Jamás se podría igualar o comparar este paro con  los producidos el año 2000, cuando el entusiasmo y la unidad de la población trasuntaba por los poros y se denotaba en los rostros. Ahora, la unidad era un recuerdo. El gobernante local desde tiempo atrás se había rodeado de elementos lumpen para amenazar a ciudadanos, dirigentes, comunicadores sociales y críticos a su gestión, pretendiendo inútilmente atemorizarlos y neutralizarlos. Sus adláteres durante el curso del paro se dedicaron a azuzar a la muchedumbre contra periodistas y emisoras radiales incómodas. Los voceros oficiosos contratados, en programas radiales, diariamente, hostilizaban y denigraban a los opositores y a los críticos de su gestión. Estos, posteriormente, fueron premiados, de distintas formas ante el escándalo  del pueblo, con pequeñas obras o prebendas. Smith, sonreía, este sombrío panorama social era propicio para sus intereses. Nunca le resultó más fácil su trabajo como ahora en esa pequeña provincia enclavada en la costa de aquél país sudamericano. Se suponía que los gobernantes y los líderes deberían hilvanar una estrategia teniendo como fundamento la unidad de su pueblo, pero, la mediocridad total del gobernante y sus funcionarios, los intereses creados y la venalidad de muchos de los llamados lideres le allanaban el camino, -¡esos no son gente!- espeto Smith despectivo. Ahí nomás sucedió el asesinato del “medico de los pobres” a manos de un sicario, muy querido líder político local, especulándose sobre las motivaciones de su cruenta y trágica muerte; por intereses políticos –decían muchos-, crimen pasional -sembraban otros interesadamente en los medios de comunicación-, por orden de la minera para crear caos social propicio a sus intereses –susurraban algunos-; así se especulaban otros móviles, cada cual descabellado.

            Han pasado tantos años, el acuífero donde se asentaba el pueblo fue contaminado, finalmente se produjo el trasvase de las “plumas de soluto”, ahora es un pueblo fantasma, el desierto ha cubierto mayormente sus tierras, solo algunas chozas miserables al borde de la carretera… La minera al terminar la explotación del yacimiento se fue dejando aridez y muerte. El bosque, aquel que la publicidad decía que cultivaba árboles frutales y era refugio de toda clase de aves, lo abandonaron sin pena. El bosque –que hay que defender, decía entonces la minera-, languideció hasta desaparecer, tragándoselo el desierto para siempre.

             Benito, el nieto de uno de los que se decían luchadores, ahora anciano, evocaba todos estos acontecimientos con llanto en los ojos, recordando con infinita amargura cuando no hacían caso a la inmensa necesidad de la unidad del pueblo. Cuánto rogaba que el tiempo pudiera retroceder para no cometer los mismos errores.

AMADOR TITO VILLENA
(*) Incursionando en la narrativa de ficción.
Esto es ficción, cualquier parecido con algún aspecto de alguna realidad es pura coincidencia.